La magnitud y la urgencia de los problemas ambientales actuales exigen reexaminar las actitudes y las valoraciones humanas que guían el comportamiento individual y las políticas respecto de la naturaleza. La ecofilosofía es una disciplina que intenta dar respuesta a esta problemática, desde la perspectiva de la reflexión sobre las bases culturales y los patrones de comportamiento que han causado el deterioro ambiental. La relación entre las actividades humanas y la naturaleza se enfrenta al dilema de conciliar la preservación de los recursos naturales con la obtención de recursos para satisfacer las demandas de los patrones de la civilización o las condiciones culturales vigentes. Actualmente, en términos históricos, las exigencias sociales y económicas de la cultura globalizada han impulsado la explotación ilimitada de recursos naturales. Sobre este aspecto, se observa la paradoja de una creciente tasa de consumo de los habitantes de las regiones económicamente más desarrolladas, que es satisfecha mediante una mayor explotación de los recursos naturales y humanos en las regiones económicamente más desfavorecidas. La consecuencia más grave es la pérdida de biodiversidad como resultado de la explotación directa o por alteración, reducción y fragmentación del hábitat.
Aun cuando la problemática ambiental surge con una vigencia acuciante en los últimos 50 años, a lo largo de la historia han existido diversas maneras de abordar la relación de la humanidad con la naturaleza y los efectos de sus actividades sobre el entorno natural. Hay tres corrientes de pensamiento fundamentales que dan cuenta de estos intentos. Una de ellas es el antropocentrismo o perspectiva centrada en la humanidad que le otorga valor moral exclusivamente a los seres humanos, y considera a las entidades naturales no-humanas como medios para obtener beneficios para la sociedad. Esta idea establece un dualismo entre naturaleza y humanidad en el que el manejo de la naturaleza es indispensable para no agotar los recursos y obtener los máximos beneficios para el hombre. Como un postulado alternativo, el biocentrismo o perspectiva centrada en la vida sostiene que el medioambiente es valioso por sí mismo más que por los beneficios, tangibles o intangibles, que brinda a los seres humanos. Existe un valor trascendental en la existencia de todas las especies en la Tierra que poseen el derecho de permanencia inalienable a partir de su pertenencia al mundo natural, es decir, son valiosas “intrínsecamente” más que “instrumentalmente”. Sin embargo, el enfoque biocéntrico es individualista, pues no considera a las entidades biológicas como conjuntos ya sea al nivel de especies, comunidades o ecosistemas. Por lo tanto, no podría, a partir de sus fundamentos, dar respuesta apropiada a la crisis ambiental. Una visión superadora es el ecocentrismo o perspectiva centrada en los ecosistemas. Esta visión toma en consideración desde el punto de vista moral a un conjunto de entidades medioambientales no-individuales, como las especies, las poblaciones naturales, las comunidades, los ecosistemas y la biosfera en su totalidad, la Tierra. Es decir, es una ética medioambiental holística. La base del ecocentrismo es que los individuos no están aislados en la naturaleza, sino que han evolucionado inmersos en una compleja red de interrelaciones.
Respondiendo a estas tres corrientes de pensamiento, podemos mencionar distintas escuelas filosóficas y de diversas prácticas ecofilosóficas. Próxima a la visión biocentrista, en el siglo XIX surge la ética de la conservación romántico-trascendental derivada del pensamiento de Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y John Muir. Es una visión cuasi-religiosa de la naturaleza, que la considera un templo donde los hombres podrían limpiar y renovar el alma, lejos de la civilización. En la primera mitad del siglo XX, Gifford Pinchot enunció una ética de la conservación de los recursos inspirada en la filosofía utilitaria de John Stuart Mill muy cerca de la visión antropocentrista, cuyo objetivo era mantener la mayor cantidad de recursos o bienes naturales para la mayor cantidad de personas o generaciones durante la mayor cantidad de tiempo posible. La naturaleza es valorada aquí como la suministradora de bienes a los hombres para contribuir a su calidad de vida.
Exponentes del ecocentrismo son la ética evolutiva y ecológica de la tierra o Land Ethics (Ética de la Tierra) de Aldo Leopold, una visión holística y global de los ecosistemas considerando su naturaleza dinámica e inestable. En las décadas de 1960 y 1970 el deterioro ambiental y la progresiva pérdida de especies se hicieron muy evidentes. Un nuevo contexto teórico se generó al fusionar las filosofías utilitarias de fines del s. XIX con los planteos éticos surgidos a partir de la formulación de los postulados teóricos de la ecología. Aquí surge la Deep Ecology (Ecología Profunda) cuyo principal referente es Arne Naess. Es una corriente de pensamiento y un movimiento ecologista que establece que todos los seres vivos poseen un derecho inherente a la existencia y su existencia no está vinculada a ninguna jerarquía preestablecida.
Por el fracaso en preservar especies a partir de valoraciones paisajísticas o estéticas, o con especies carismáticas, surge una corriente más activa dedicada a la conservación dentro del ámbito académico. Meffe, Ehrenfeld, Ehrlich y Soulé fueron los pioneros en sentar las bases de esta nueva disciplina: la biología de la conservación que comenzó a formar parte de los cuerpos teóricos de las carreras de estudio, y se constituyó en marco teórico de las tesis y programas de investigación alrededor del mundo. Es una disciplina holística que incluye en sus estudios a todo el ecosistema y los procesos ecológicos y evolutivos son estudiados en su propio nivel de organización. Si bien es imposible retornar al estado prístino de la Tierra, la biología de la conservación puede modificar significativamente la tasa de deterioro ambiental, frenar la reducción de la biodiversidad y mitigar el efecto del impacto tecnológico. Pero estas acciones se deben realizar con el espíritu de que la biología de conservación no se transforme en un agente mitigador de las consecuencias de una cultura tecnócrata sobre la naturaleza, sino en un agente transformador del compromiso ético de la sociedad con la naturaleza. El camino para lograr los objetivos de mantenimiento de la biodiversidad es asegurar un nivel razonable de vida a todas las personas, convenciendo a algunas para que disminuyan sus requerimientos para que otras puedan salir de la pobreza más absoluta. Esto es, una igualdad económica y una visión más responsable del uso de los recursos naturales.
En esta apuesta ética, se observa la interrelación entre la ecología profunda y otras corrientes de la ecofilosofía, que se conforman desde la reflexión filosófica, y la biología de la conservación, que deriva del campo disciplinar de la biología. En este acercamiento interdisciplinar se puede visualizar un nuevo enfoque sobre la problemática ecológica, en el que ciencia y filosofía apuestan a un entendimiento fructífero y, sobre todo, a un replanteo de la relación hombre-naturaleza. Solo por esta vía es posible reformular y resolver la crisis ambiental.
Ana Elena de Villalobos y Sandra Uicich
Podeis leer el artículo original en el Boletín del Consejo Nacional de investigaciones científicas y tecnicas de Argentina. COCINET.
No estoy de acuerdo con Carlos Silvano. Hemos de aceptar que nos hemos convertido en un problema para la Tierra. La solución limitar el crecimiento de nuestra especie (reproducirse sí, multiplicarse, no) y, mucho más difícil: poner límites a la avaricia de ese 1% que domina, controla y limita el 80% de todos los recursos para su exclusivo beneficio.
¡Salud!